Nacido en Mendoza, este personaje poco mencionado en la historia argentina es uno de los pocos descendientes de esclavos que se unió al Ejército. Vida y trágico final de un héroe de la patria.
Uno de los temas más resonantes en la historia argentina es el rol que cumplieron los descendientes de sangre africana, primero en la Guerra por la Independencia y luego en los momentos trascendentales que marcaron el devenir del país. Por mucho tiempo se desconocieron sus nombres, incluso de quienes cumplieron un papel fundamental, pero con los años la vida de hombres como Lorenzo Barcala salió a la luz.
Militar mendocino, hijo de una mujer negra, se destacó como militar en varias batallas y llegó a ser asistente de Juan Manuel de Rosas. Incluso el mismo Facundo Quiroga le perdonó la vida admirado por su valentía, pidiéndole que actúe bajo sus órdenes. El trágico final de un hombre que murió traicionado por quien más quería.
Barcala nació en Mendoza, hijo de madre esclava.
Don Lorenzo
No hay registros oficiales, pero se cree que nació en 1800 en la provincia cuyana. Su madre fue esclava y comprada por Cristóbal Barcala, uno de los más importantes escribanos de aquel tiempo. Si bien los primeros historiadores afirmaban que él también «heredó» la condición de su madre, investigaciones recientes lo descartaron ya que su tutor le dio la libertad y se desempeñó desde muy chico en el oficio de sastre.
En 1815 se alistó en las milicias de Cívicos Pardos de Mendoza. Antes de realizar la campaña a Chile, el General José de San Martín, jefe del Ejército de los Andes, lo dejó a cargo del batallón de negros para instruir en la ciudad a las tropas inexpertas.
Barcala fue admirado por Quiroga y peleó bajo las órdenes de San Martín
Tiempo después fue ascendiendo en su carrera militar. Cuando se produjo la revolución en San Juan, luchó contra los insurgentes del batallón de Cazadores de los Andes; tomó parte de la batalla de Punta de Médanos contra el caudillo chileno José Miguel Carrera quien terminó siendo tomado prisionero, juzgado por un tribunal y luego condenado a muerte. Fue Barcala quien le dio la señal de fuego a su pelotón en el fusilamiento del general trasandino.
Al estallar la guerra contra el imperio brasileño, en 1827, Barcala peleaba como teniente coronel al mando de un batallón, destacándose en varios combates. Participó del golpe de Juan Lavalle y bajo las órdenes de José María Paz, en los combates de La Tablada y Oncativo. Allí su vida militar dio un giro, porque cayó prisionero de Facundo Quiroga en la batalla de la Ciudadela. El caudillo federal riojano quedó admirado por su valor y le ofreció perdonarle la vida a cambio del cargo de edecán y el mando de un batallón que aceptó con la condición de no tener que pelear contra sus camaradas unitarios.
Rosas le otorgó el mando de la infantería en la expedición al desierto y fue nombrado «héroe del desierto». Pero con el asesinato de Quiroga en 1835, se retiró a San Juan.
Facundo Quiroga y Aldao.
Sospechas de traiciones
Lorenzo decidió volver a su Mendoza natal, pero el general José Félix Aldao y su aliado, el gobernador Pedro Molina, le negaron el ingreso por las sospechas de su pasado unitario. Terminado el mandato de Molina y ya con el plan de derrocar a Rosas en marcha, pudo volver a ingresar a la provincia.
Casi en simultáneo, el general Aldao tenía varios espías para informarse de cualquier conspiración o revuelta de los unitarios. En San Juan, por ejemplo, se encontraba uno de nombre Montero, quien se hizo amigo de Lorenzo. Fue en una carta donde el Pardo Barcala le contó el posible plan conspirador. Confesión que le costaría la vida.
Final inevitable
Una vez consumada la traición de Montero, Aldao presionó al gobernador Molina para llevar adelante un proceso contra el coronel Barcala, quien fue inmediatamente extraditado a Mendoza.
Plaza Sarmiento donde fusilaron a Barcala
El militar reconoció su participación y fue detenido en el acto. De esta forma se estableció un juicio marcial que en pocas horas sentenció al conspirador a la pena de muerte, el 1 de agosto de 1835 en la plaza pública.
Fue ejecutado en lo que hoy es la llamada plaza Sarmiento. Sus restos descansan en el Cementerio de la Ciudad de la provincia que lo vio nacer.