Empática, madre devota y fascinante. Es difícil no enamorarse de la estrella de Ferrari.
A Penélope Cruz nada le gustaría más que invitarme con jamón. Tanto es así que estas son sus primeras palabras cuando la encuentro en la producción, a 30 minutos del norte de Madrid: “Hola. Encantada de conocerla. ¿Jamón?”. Su acento icónico es tan atractivo que podría tener una sólida carrera paralela en podcasts para relajarse; en su boca, la palabra suena musical. No había tenido en cuenta este escenario, hace tres décadas, cuando decidí dejar la carne.
La estrella ganadora del Oscar, de 49 años, que ha participado en innumerable cantidad de films (IMDb puede tener la información, pero incluso la mayoría de los cruzófilos declarados tendrían problemas para llevar la cuenta), como Todo sobre mi madre, Volver, Vicky Cristina Barcelona, Madres paralelas, Vanilla Sky, Open your eyes y más… es encantadoramente relajada. La combinación de mística y personalidad está bien calibrada. Ella será la primera en admitir que “estoy programada para protegerme”, dice mientras mira por sobre su suéter rosa de Chanel, el botón desabrochado del jean y acomoda su cinturón.
El comportamiento de Penélope es cálido -es graciosa naturalmente, su sonrisa ocupa gran parte de la superficie de su rostro y habla con verdadera ternura de la última vez que vio a Karl Lagerfeld, cuando la convenció de dar un paseo nocturno a través de Central Park-, en contraste con su último papel de Laura Ferrari, la dura esposa de Enzo Ferrari (interpretado por Adam Driver), en la vertiginosa película biográfica de Michael Mann.
No es la primera vez que interpreta a una figura biográfica y no es su primer “homenaje a una mujer en una situación difícil”: encarnó a su amiga Donatella Versace en El asesinato de Gianni Versace: American Crime Story. Pero Laura es diferente. Por un lado, no es un nombre reconocido, por lo que Cruz sintió el peso de “darle voz por primera vez”. Por otro lado, llega a la pantalla desconsolada, afligida por la pérdida de su hijo. “Vivir cada día es un desafío; lleva consigo esta tragedia de la que nunca se recupera y que hizo que su matrimonio se rompiera porque ambos sienten que no lograron salvarlo”.
Se puede sentir la profundidad de la investigación de Cruz, como una batería de emociones que se abren paso por medio de su rostro, desde las primeras escenas de la película.
“Encontré todas las cartas reales que intercambiaron, donde se ve que el amor y el respeto entre ellos era muy fuerte, incluso después de que la pareja se había deteriorado y a pesar de las traiciones. Ambos construyeron esta empresa juntos. Cuando rodábamos en Módena, había tantas cosas que otros desconocían… O no querían saber. Fui a la fábrica y hablé con gente que conocía a Laura, y ninguno quería mencionar cuánto poder tenía.
¿Sabías que ella durmió con las llantas? La noche antes de las carreras, para que nadie los sabotee. Pero la gente decía que no, que era una mujer difícil. Muy amarga e impredecible. Algunos la llamaron loca. La palabra que se ha utilizado con todas las mujeres de la historia para justificar la represión”. Laura está relativamente apagada para ser un personaje de Cruz (relativamente… en una escena ella agita un arma). Hasta su ropa está apagada: “El dolor tiene que reflejarse cada mañana cuando llega vestida, incluso cuando abre su armario”.
Son mundos construidos sobre colores primarios. En Ferrari, los paneles son de madera oscura, los trajes son grises y el único toque de rojo es el de los autos. Ninguno de los cuales conducirá Penélope.
“Tengo miedo de manejar”, dice, lo que explica por qué está mirando por la ventana de su oficina y no en una Ferrari Spider, mi lugar sugerido para nuestra reunión.
“Mi hermana fue atropellada por un coche delante de mí cuando tenía 8 o 9 años. Recuerdo que llevaba un abrigo rojo. ¡Hablando de rojo! Y para mí, el tiempo se detuvo. Es un gran trauma, porque la vi perder el conocimiento. Y yo quedé entumecida en el hospital”.
Su hermana sobrevivió, pero Cruz, ya adulta, tiene dificultades para modular por el grado de empatía que siente.
Hay un “baile de ida y vuelta entre ficción y realidad”, que “conduce a un cierto estereotipo” de actores, aunque eso no lo hace menos cierto. “Soy afortunada por ser así, aun sufriendo o sintiendo más las cosas. Es como una hipersensibilidad en todos los sentidos: visual, al sonido, a los sentimientos de las personas. Es uno de los principales temas de los que me ocupo en terapia: cómo trabajar el equilibrio para mantenerme bien sin hacer míos esos sentimientos”.
Le comparto un consejo que escuché una vez: uno debe acercarse a las personas nuevas como si estuvieran afligidas. “Sí”, dice ella, coincidiendo. “Siempre. A veces los personajes que interpreto pueden resultar incómodos y dolorosos. Es duro dejarlos ir, pero al final siento que me hicieron un poco más compasiva de lo que era. Y con la red de seguridad que sabes que no es tu realidad. Crea menos juicio y más compasión en todos los ámbitos de mi vida”.
Gracias a películas como Carne trémula y Todo sobre mi madre, la actriz ha sido madre a los ojos del mundo durante mucho tiempo antes de convertirse en madre de verdad. Y ahora dice: “A mi edad, el 80 por ciento de los personajes que interpreto son sobre maternidad o divorcio, abandono, personajes que no querían tener hijos o los perdían. He interpretado a madres desde muy joven”. “Porque así es como Almodóvar te eligió”. “Pedro siempre me vio como una madre”.
Me pregunto si es justo afirmar que su visión de ella como madre y su sentido maternal se entrelazaron por el camino.
“Creo que sí. Nos conocemos desde que tenía 17 años. Me veía hablando con extraños solo para mirar a sus bebés. Él siempre notó ese instinto fuerte e inevitable en mí. Desde pequeña, sabía que quería tener hijos, pero preferí esperar hasta sentir que estaba lista. Estaba segura de que sería lo más importante que haría en mi vida”.
La actriz es reservada y protectora con sus hijos con Javier Bardem, Luna, 10 años, y Leo, 12.
Ella ni siquiera afirmará o negará si son personas creativas como su madre, que estudió ballet clásico durante nueve años en el Conservatorio Nacional de España, o como su padre, un aspirante a pintor y descendiente de la realeza del cine español. “Les corresponde a ellos decidir si lo son o si van a tener un trabajo que esté expuesto al público o no. Pueden hablar de eso cuando estén preparados”.
No debería sorprender que sus hijos no tengan cuentas en redes sociales, pero “ni siquiera tienen teléfonos. Es muy fácil ser manipulado, especialmente si posees un cerebro que aún se está formando. ¿Y quién paga el precio? Nosotros no. Es un experimento cruel con niños y adolescentes”.
¿Quién necesita TikTok cuando tienes a Javier Bardem en la casa? “Él canta y es un gran bailarín. Hace una sorprendente imitación de Mick Jagger, Al Pacino y De Niro conversando. Es increíble”.
“¿En qué contexto surge esto? ¿Al preparar la cena?”.
“En verdad, en cualquier situación”.
Se puede ver cómo, a pesar de todo el glamour (hace solo unos días, invitó a amigos a regalar objetos porque ella cree que “hay que compartir la alegría y mantenerla en movimiento”), son una familia como cualquier otra, con chistes privados y agendas apretadas. Cruz irá directamente desde nuestra entrevista a recoger a su hija.
En Hollywood, y con ella en particular, se habla mucho de la edad. O, mejor dicho, de la eternidad. Tedioso el tema. Tal vez, haya ciertas celebridades a las que los medios parecen no dejar envejecer.
“¿Pero sabes por qué no me preocupo por eso?”, pregunta sonriente. “Porque la gente me ha estado cuestionando sobre la edad desde que tenía veintitantos. Me molestaba más en ese momento. Ahora tiene más sentido hablar de cumplir 50 años. Es algo importante y hermoso, y realmente quiero celebrarlo con todos mis amigos. Significa que estoy aquí y estoy sana y es un motivo para hacer una fiesta. Pero cuando tenía 25 me hacían estas preguntas psicóticas, otras que no creerías y la única arma que tenía era no responder. Incluso ahora, en la alfombra roja, cuando gritan: ‘Date la vuelta’, siempre finjo no escuchar”.
Es verdad. Si no le gusta una pregunta, los músculos de su rostro se aflojan y se queda en silencio.
“¡¿Hago eso?! ¿Cuándo? ¡Soy tan transparente!”, exclama echando la cabeza hacia atrás.
“¿Ves? ¡Está todo en la superficie! Pero no puedo preocuparme por eso. Déjame contarte una historia”, continúa señalando el horizonte. “Todo eso es el lugar donde nací y crecí, donde fui a la escuela, donde mi madre tenía su peluquería. En algún sitio de ese barrio, estaba caminando con mi padre después de que mis dos primeras películas salieran al mismo tiempo, Jamón jamón y Belle epoque, y pasó un coche y un chico gritó: ‘¡Te amo!’ y te lo juro, cinco minutos después, pasó otro auto y otro tipo gritó: ‘¡Fuck you!’. Y miré a mi papá y no dijimos nada. Pero fue como, está bien. Es un resumen de la naturaleza de la fama. Y todo ese amor y toda esa ira. No creo que uno sea más peligroso que el otro”.
Incluso al borde de los 50 y después de más de 60 películas bajo su cinturón (ahora abrochado) tiene dificultades para hablar de la fama y lucha con la construcción de la misma. Ha encontrado la capacidad de aislarse haciendo menos películas y prensa que antes (“No tengo la ambición de mis 20 y 30, filmando sin parar; lo hice durante 20 años”). Además de su entusiasmo por un film musical y una posible película de Nancy Meyers, Cruz actualmente está dirigiendo y produciendo un documental sobre un “proyecto de pasión” del que no puede hablar mucho todavía.
Juega a ser guía turística, anota una lista de lugares que tengo que ver en Madrid y me ofrece que la llame si necesito algo. Finalmente me dice, deslizando un plato de almendras sobre la mesa, siempre la madre: “¿Quieres comer esto?”